lunes, 4 de noviembre de 2013

pancitos benji

Son unos pancitos fáciles y muy ricos, con un dejo a pancitos de viena o algo así, un tanto dulzones.
Para hacerlos debemos colocar en una cacerolita: 1 taza de agua, 1 taza de leche, 100 grs. de manteca, 6 cucharadas de azúcar (soperas, pero no demasiado grandes) y 1 colmada, de sal fina. Llevamos a fuego suave esto, revolviendo para que la manteca se derrita y se disuelvan el azúcar y la sal. Dejamos entibiar hasta una temperatura adecuada para trabajar la levadura. Por otro lado, ponemos en una fuente amplia y honda, 1 kilo de harina común y desmigamos en él 50 grs. de levadura prensada. Hacemos un hueco en el medio y vamos mojando con el líquido tibio, incorporando la harina de los costados hasta lograr tomar la masa y armar el bollo. Trabajarlo bastante hasta que quede bien liso. Lo dejamos levar en un sitio libre de corrientes de aires y templado, hasta que duplique su volúmen. Entonces, vamos separando trozos de masa que vamos bollando con la mano y los acomodamos en una asadera limpia. A mí me gusta ponerlos uno al lado de otro, así no se les forma costra en los costados. Volvemos a dejarlos levar, calentando mientras tanto el horno. Los pintamos con yema de huevo y los metemos a horno caliente hasta que el olorcito nos indica que va a ser lindo comerlos, y están doraditos. Es bueno, para que queden más tiernos, poner en la base del horno, un recipiente con agua. Pueden guardarse en el freezer, y al sacarlos quedan bárbaros. Son muy ricos para sandwichitos, a mí me gustan con mortadela. Siempre se los hago para el cumpleaños a la Nunú, amiga de mi "pequeño bebé".

martes, 1 de octubre de 2013

tomatelá

-Tomatelá!, le dijo al nene cuando rompió la cama junto a su hija, y los dos se reían no se sabe si nerviosos o divertidos por lo nerviosa que se puso ella ante la cama rota. Después de eso hubo toda una discusión acerca de que no debería haberle hablado así a un niño pequeño, que era violento decirle:-tomatelá. Ella no lo sentía así, pero quedó pensando cómo a veces lo que no es violento para uno, puede serlo para otro. El nene se ofendió bastante, pero aún no sabe si fue por la "violencia" de la palabra, por el enojo reflejado en su cara o por toda la situación de reclamos que hubo después, de la cual él palpitó algo.
Bastante después de eso, mientras regaba sus plantas, dos perros (uno grandote y un salchicha) acompañaban a los vecinos de enfrente, que lavaban un auto. Los gatos, como siempre a la hora de la siesta, se asoleaban al lado del cantero de la entrada. Los perros empezaron a corretear por el pasaje, jugando entre ellos primero. Después empezaron a ladrar a los perros de al lado, que como se sentían en inferioridad de condiciones por estar encerrados, se pusieron como locos. Los gatos, nada. Ni se inmutaban (cosa que la ponía siempre nerviosa, que no presintieran el peligro que implican los perros cerca). Los dueños de los perros, nada. Claro, los gatos no eran de ellos. Los ladridos y las corridas seguían y al final lograron que interviniera y tratara de echar a los perros. El más grande se fue enseguida, pero el salchicha, en lugar de irse, se acercaba a la mujer y le ladraba, enojado. Ella siguió echándolo mientras los "dos salames" seguían lavando el auto. Al final, ya harta, le mandó un:"-tomatelá"! y ahí, la chica llamó a su perro y los entró a los dos. Le comentó al chango:-la señora le dijo "tomatelá", y los dos se rieron.
Pasó otro tiempo hasta que se descubrió diciéndole:-"tomatelá", a un gato ajeno que trataba de comerles la comida a sus gatos del Concejo. Se acordó de los eventos anteriores y se preguntó qué tendría de especial esa palabra, por qué impactaba tanto que la dijera. Entonces, buscó el significado.Parece que es un modismo argentino que significa "andate", pero depende de cómo lo decís se puede tomar bien o mal. Hay quienes consideran que es una expresión impertinente, y quizás lo sea. Bueno, era nada más que eso, contar por qué, a veces, considera oportuno y pertinente decir:-Tomatelá!

jueves, 19 de septiembre de 2013

lugar en el mundo

Quise mucho al lugar donde nací, era mi lugar en el mundo. Creo que por voluntad propia lo perdí, o fuí perdiendo ese amor delirante que me hacía sentir que allí, solo allí, estaba mi bienestar. Mi segundo lugar en el mundo es muy lindo, de una bella naturaleza, y lo quiero porque me dio muchas y muy valiosas cosas. Ahora que ya estoy grande, mi lugar en el mundo es donde me siento a mirar nada.

lunes, 9 de septiembre de 2013

la luna adornada

Resulta que hoy me entero que en la tardecita de ayer, la luna cubrió a Venus. A esa hora, en realidad un ratito después, salí a la puerta de casa y justo frente a mí, en el cielo todavía bien celeste, la luna parecía que se había puesto un adorno brillante en un extremo, así de bella como se ve en la foto que pude sacar con mi amable camarita. Como no sabía nada de este asunto, quedé muy emocionada, pensando en lo bueno que había sido que saliera justo en ese momento, y corrí a subir mi foto para que todos mis amigos pudieran verla. Hoy, primero escuché por radio el fenómeno que había visto, y después ví una serie de fotos de todo el proceso del ocultamiento, muy lindas. En algunas se ven los dibujos de la luna,  igual la que más me gusta es la mía, porque al mirarla me viene el recuerdo del celeste del cielo y el brillo de la estrella.

sábado, 6 de julio de 2013

la salsa de la tía gorda



La salsa de la tía gorda es muy rica para acompañar un buen puchero, con pan, o también con unos huevos revueltos.
En un viaje a Rojas, cuando era chica, estaban cocinando puchero y la tía nos mandó, a mi hermano Miguel y a mí, a cosechar tomates perita de su huerta (eran tan ricos que los comíamos como si fueran manzanas, sin sal ni nada, y sin lavar...).Trajimos unos cuantos, y la tía se puso a hacer la salsa, que después mi mamá me  enseñó y siempre acompaña mis pucheros.
Para hacerla, si se usan tomates frescos, deben escaldarse en agua caliente para poder pelarlos con facilidad, y luego picarlos. También puede usarse tomate perita de lata. 
Se colocan todos los ingredientes, juntos y crudos, en una sarten profunda: tomates pelados y picados, mucho ajo fileteado (quien lo prefiere puede picarlos), mucho ajo es más o menos 8 dientes grandes para 1 kilo de tomates, sal y abundante aceite. También "abundante" aceite en este caso significa "mucho". Nada más que eso, ponerla a cocinar a fuego suave, revolviendo seguido. El agua de los tomates se evapora, el aceite hace lo suyo, el ajo aroma la cocina, el color cambia de rojo a un naranja oscuro, y uno ya puede ir mojando el pan con el pretexto de ver si le falta sal. No hay que abusar, porque el ajo ya le da suficiente sabor. Listo!


viernes, 21 de junio de 2013

quiero a mi mamá

 Cuando yo era chica, a mi mamá le encantaba comerse, a media mañana, un bife de lomo cocinado en una sartencita negra y pequeña (que ahora está colgada en mii cocina). Al fondo de cocción del bife le agregaba más aceite y se freía un huevo, que casi siempre tenía dos yemas (pero muy casi siempre). Yo repetía la pregunta:- por qué a vos te tocan los de doble yema? y ella repetía la respuesta:- porque yo sé cuáles son. Ya había dejado de ser chica hacía mucho, cuando me dí cuenta de que casi siempre se hacía dos huevos fritos.

martes, 4 de junio de 2013

LOS HERMANOS

       

            Cuando la enterraron; solo estaban en el Cementerio, él y los sepultureros.
            Al ver bajar el cajón a la fosa sintió un desgarro tal que le impidió siquiera llorar. A medida que la tierra iba cubriéndola,  no podía dejar de pensar en qué haría ahora. Era un sentimiento extraño, nuevo, se sentía desgarrado y perdido, no sentía dolor. Finalmente terminaron de tapar la tumba, se despidió de los hombres que la enterraron y se quedó parado allí. El sol comenzó a esconderse y el silencio era tremendo.
            Decidió que era hora de volver a casa y ver qué pasaba con su vida, con la vida que quedaba sin ella. Ella que había estado ahí durante todo el tiempo.
 Supone que cuando nació, su madre lo puso en sus brazos y dejó que se ocupara de él. No era mucho más grande, pero puede decirse que su madre se desentendió de él  y ella aceptó gustosa ese juguete vivo que le hiciera.
            La enorme casona al pie del cerro era, no solamente hermosa, sino lo suficientemente grande y de arquitectura tal que les permitía pasar días sin que casi ni se dieran cuenta de que ellos andaban por allí. Era una casa estilo colonial, rodeada de enormes galerías con arcadas, estaba llena de macetones tan grandes que cuando ellos eran chicos les parecían descomunales. Había puertas por todos lados, que daban al exterior y también otras que comunicaban los ambientes entre sí. Por ejemplo, había baños que tenían tres puertas, una al pasillo y dos más a sendos dormitorios.Era un laberinto desconcertante para quien no estaba absolutamente familiarizado con el diseño. Ello sin contar con los lugares cercanos a la casa que también servían de refugio, como los galpones de junto a los corrales, los cerros con piedras gigantes que estaban “ahicito” nomás, las casas de los empleados y hasta los montecitos  de tusca.
            Tuvieron lo que ambos consideraron una infancia feliz. Bastante libre gracias a la preocupación de los mayores por sus propios afanes. Prácticamente la única obligación durante mucho tiempo fue ir a la escuela y hacer los deberes, cosas que hacían sin protestar pero también sin dedicarles demasiado tiempo ni esmero. Lograban sin embargo, con esa poca dedicación, zafar de retos y penitencias por no cumplir con sus obligaciones. El resto del tiempo lo ocupaban en jugar, pasear, soñar, vivir.
            Y fue construyéndose una simbiosis con la misma naturalidad que cambiaban las estaciones y después de un invierno helado de pronto todo  reverdecía y las viñas empezaban a llorar su savia y se sabía que el invierno había pasado y el frío no volvería a congelar las manos y los pies y podrían dejar los ladrillos calientes en las camas y los pañuelos dejarían el ir y venir del bolsillo a la nariz y ya no se pondrían bufandas ni guantes, ni pesados abrigos que no los dejaban moverse libremente y también tardarían menos tiempo en vestirse y desvestirse.  Los días serían más largos y ellos podrían estar más tiempo afuera, disfrutando de veras, sin tener que conformarse con imaginarse disfrutando.Así fueron pareciéndose cada día más, siendo como una misma persona en dos cuerpos. Se vestían con prendas muy similares: camisa, jean, puloveres cuello base, zapatillas y camperas. Los dos usaban el pelo corto, ella nunca se pintó ni usó zapatos de taco, ni polleras o vestidos. Cuando la hermana tuvo que ir por primera vez al oculista él la acompañó y ya que estaba se hizo revisar. Consecuencia: salieron los dos con anteojos. Sus voces también eran parecidas y la entonación igual. Tenían los mismos gustos, nunca alguno de ellos preparó una comida que al otro no le gustara ni organizó programa que le pareciera mal. No tenían amigos íntimos individuales, sus conocidos eran compartidos y cuando alguien disgustaba a uno seguro que al otro también.
            No sabe ni cuándo ni cómo todo cambió. Sí sabe que la madre murió, lo del padre fue anterior, casi ni recuerdos tiene de eso porque eran muy chicos y siempre fue “la mamá” la que se ocupó de todo. Debe haber sido paulatino, pero cuando se quiso acordar ya nada era igual, ellos ya no eran dueños de la finca, ni de la casa. Una mañana despertaron en otra casa, en el pueblo. Era una “casita”, con un dormitorio para cada uno, un solo baño y una cocina comedor. La galería estaba sobre uno de los costados y apenas pudo su hermana poner unas cuantas macetas con algunas plantas que hizo de gajos que le regalaron. Tenía un pequeño patio que continuaba esa galeriíta, pero apenas más allá uno se encontraba con un tapial de dos metros de alto que impedía que la mirada siguiera hasta llegar a los cerros y ver la entrada del sol detrás de ellos como lo hacían en la “casa”, donde desde sus lugares en la galería o en el campo veían al sol girar iluminando cada una de las piedras, de los árboles, de los cardones, de los animales, cambiándoles a todos la sombra como en un juego de dibujos que acababa precisamente cuando decidía que el día debía terminar y se escondía detrás del cerro para dar la vuelta y empezar un nuevo recorrido al día siguiente, regalándoles un nuevo día de juegos y aventuras compartidas. 
Ya no eran niños, eran adultos que no sabían hacer nada de lo que se supone debe saberse para sobrevivir en una sociedad como la que redescubrieron cuando vinieron a vivir al pueblo. Es necesario decir redescubrieron porque en realidad ya la conocían, vivían en ella pero no pertenecían a ella, no se interconectaban con ella, no la necesitaban, no la querían formando parte de sus vidas. Pero como alguien les dijo entonces: no podían vivir sin aceptar los códigos y reglas impuestos en esa sociedad que los acogía sin que ellos lo quisieran y los llamaba a respetar sus reglas sin que ellos pudieran resistirse.
 Sin hablarlo convinieron acceder en parte. Cada uno haría las cosas que había aprendido jugando en la casa, o sea: ella trataría de tejer dando verdadera forma de prendas a los tejidos que le gustaba tanto empezar para no terminar, mezclando puntos y colores tal como le había enseñado la Chola y los vendería, y él, que había aprendido a manejar un auto jugando con el peón y hasta había llegado una vez al pueblo siendo todavía un chico, practicaría un poco más y pondría empeño para poder trasladar a la gente que quisiera hasta los lugares que solo ellos conocían, en la finca que había sido su refugio, su mundo, y ahora era un centro  atractivo para los turistas ávidos de conocer “lugares bellos” que les permitieran llenarse la boca cuando volvieran a sus hogares. Qué sabrían esos seres apurados y gritones de mirar y ver, oír y escuchar. Pero bueno, así, sin decirse nada, cada uno se puso en lo suyo sin más ambición que poder tener para comer, pagar la casita, la luz, el gas y lo necesario para vivir, seguir juntos como siempre, alimentando sus recuerdos con más recuerdos.
Si bien eran esos mismos recuerdos compartidos los que hacían que extrañaran su vida anterior, ninguno de los dos decía nada al respecto y todo andaba bien, de la manera que ambos querían, sin pedir más que lo necesario y sin dar más tampoco. Eso era su felicidad.
            Siguió así hasta que un día ella se enfermó de gravedad. Se sentía realmente mal, estaba pálida, sudaba y tenía un extraño color grisáceo que asustó mucho a su hermano. No tuvo más remedio que llevarla sin pensarlo demasiado, al hospital. Entró por la guardia y, con el corazón en la boca, esperó y esperó, viendo ir y venir a médicos y enfermeras con caras serias y preocupadas, sentado el tiempo que la ansiedad se lo permitía y parándose cuando ya no aguantaba más. No quería hablar ni moverse para no molestar la tarea de los médicos que “iban a curarla”. Finalmente, y después de una espera que le pareció eterna y que lo dejó tan agotado como si hubiera caminado los cerros de abajo a arriba y de arriba a abajo todo un día, salió el médico y lo llevó a un consultorio para hablar.  Allí le comentó que ella estaba grave, que debía quedar internada porque necesitaba cuidados muy especiales, al parecer un virus había ingresado a su cuerpo invadiéndolo y provocando distintos desórdenes que iban sumando órganos y funciones en una carrera violenta y rapidísima. Harían todo lo posible pero no podía darle mayores esperanzas de recuperación, debía prepararse para lo peor. Dentro de toda la confusión que tenía en su cabeza durante el monólogo del doctor, lo único que le quedó claro fue que “debía prepararse para lo peor”. Sabía qué significaban esas palabras, las había escuchado y hasta dicho muchas veces. Ahora le tocaba a él entenderlas y pensar: -cómo se prepara uno para separarse de alguien tan querido, de alguien que es una parte de uno mismo, que es prácticamente uno mismo. Cómo se prepara para amputarse un pedazo? No tuvo demasiado tiempo para pensar en ello, menos aún para prepararse. Hubo que hacer trámites en acción social, ir a la farmacia, cumplir las órdenes de médicos y enfermeras que lo bombardeaban con pedidos de cosas desconocidas por él hasta ahora. Era tremendo! El tiempo volaba por ratos y se detenía interminablemente por otros. Así pasaron lo que luego supo eran dos días. No durmió y casi ni comió durante ese tiempo. Finalmente, en un momento en que pudo sentarse en el pasillo a cabecear un rato antes de tener que ir a buscar unos análisis que habían pedido con urgencia los médicos que se iban sumando en el estudio del caso que aparentemente era algo extraño para todos, se produjo un alboroto, ir y venir de gente del hospital con aparatos, sueros y otras cosas. Le pasaban por al lado como si no existiera, y él se hacía chiquitito para no molestar o a lo mejor para que lo dejaran estar allí por si algo pasaba, algo que requiriera su presencia. Y así fue, el primer médico que le había hablado, salió a decirle que podía despedirse de su hermana, que todo terminaría en minutos. Casi lo llevó a su lado. Ella dormía, parecía tranquila aunque cansada, tan cansada como él lo estaba. No supo qué decirle y simplemente le dio un largo beso en su mejilla y salió nuevamente a sentarse en el pasillo. Al rato todo quedó quieto y una vez más el médico fue quien se acercó a comunicarle que no habían podido hacer nada más, que lo iban a ayudar con los trámites y que lo sentía mucho. Le agradeció y permitió que la asistente social lo acompañara a hacer todo, mejor dicho, dejó que hiciera ella todo y él se limitó a firmar todos los papeles necesarios. La gente de la empresa fúnebre hizo su trabajo con eficiencia y sin molestarlo y así fue que él una tarde vio cómo el cajón descendía a la tierra y después la tierra caía cubriéndolo y separándolos para siempre o hasta cuando volvieran a estar juntos en otro lugar.   

sábado, 25 de mayo de 2013

25 de mayo de 2013
Feliz Día de la Patria para todos! En honor a estos diez años de gobierno nacional y popular, que celebro, apoyo y acompaño, y que me llena de orgullo, las fotos de "mi locro del 25"



martes, 21 de mayo de 2013

Ahora, que hemos recuperado La Patria, y debemos luchar todos los días para conservar lo conseguido y trabajar por lo que falta,

LOCRO

Va una receta de locro para festejar el 25 de mayo. En realidad, se puede hacer con todos los ingredientes que mencionaré, o ir sacándole cosas de acuerdo a los gustos y posibilidades. Lo que no puede faltar, por supuesto, es: maíz pelado, porotos, zapallo, carne, verduras y condimentos. El zapallo es fundamental, porque junto con los porotos y el maíz, le dará a esta especie de sopa, la consistencia y el color necesarios. También es muy importante el tiempo de cocción, que debe ser “mucho”, cuanto más, mejor. No sé hacer locro para pocos, por lo tanto la receta es como para que inviten a algunos a comer, o frizen lo que queda.
Remojar toda una noche ½ kilo de maíz pelado y ½ kilo de porotos, a algunos les gusta con más maíz que porotos.
Al día siguiente poner en una olla grande, con abundante agua, estos dos elementos (previamente bien enjuagados), agregar 1 kilo de carne (cualquier blando está bien porque se cocina mucho y termina siempre tierna), 1 kilo de buen zapallo, 1 tomate, 1 pimiento, 1 cebolla, 1 puerro, un ramo formado por hojas de acelga, orégano, 1 hoja de laurel y alguna otra hierba que les guste, como si fueran a hacer un puchero. También se agregan huecitos de chancho salados (bien lavados) y cueritos.  Condimentar un poco, yo no lo salo hasta último momento porque, al ponerle panceta y chorizo se corre el riesgo de pasarse con la sal. Así, ponemos todo a hervir durante, al menos, 2 horas, revolviendo de vez en cuando. Pasado este tiempo, sacamos la carne, la cortamos en cubos medianos (en algunos casos se deshilacha), agregamos chorizo colorado (al menos dos) en rodajas, y panceta en cubos. Si se quiere con tripa gorda, es conveniente limpiarla bien y hervirla aparte, cortarla en anillos de 1 cm. aproximadamente, y agregarla en este momento. Si el zapallo se ha puesto en un solo trozo, es momento de sacarle la cáscara para que termine de desarmarse en el caldo. Es bueno ir agregándole agua a medida que se va evaporando y no olvidarse de revolver, esta acción va a hacer que quede bien “pulsado”. Seguimos hirviéndolo por lo menos 1 hora más, si son 2 mejor. Al servirlo (directamente en platos hondos), lo chorreamos con salcita colorada (consiste en calentar grasa o aceite a la que se le agrega pimentón cuidando que éste no se queme, y si se quiere, también ají picante). En la mesa poner cebollita verde picada para que cada uno le agregue. Como les decía al principio, cada uno le pone lo que desea, a mí la receta original me la dieron usando matambre desgrasado en lugar de blando, como carne. A veces le pongo tripa gorda, y otras, no. Lo mismo con los cueritos, que mucho no me gustan, y en lugar de huesitos salados, por ahí le pongo costillas de cerdo frescas. Que les salga rico a quienes lo hagan, y a mí que pienso hacerlo!vamos por ello y festejemos el 25 de mayo!

viernes, 10 de mayo de 2013

Mi pueblo va a cumplir 100 años, Yo 64.Mi tata llegó cuando tenía 13 y mi mamá (la mamina) cuando iba a cumplir 25. Ellos hicieron su vida y murieron, allí. Esta foto del cartel de la estación de ferrocarril me llena de recuerdos

TUCO




Ingredientes:
Carne o pollo.
1 cebolla grande o dos chicas.
1 pimiento morrón colorado.
1 lata de tomates al natural.
   Extracto o puré de tomates.
   Caldo.
   Condimentos a gusto: sal, pimienta, orégano, laurel, tomillo, pimentón, etc.
   Ajo y perejil picados.
  Aceite.

Preparación:
En una cacerola de fondo grueso, poner abundante (aunque no demasiado) aceite. Una vez caliente, poner la carne o el pollo sellándolos,  rehogar allí las cebollas picadas, el pimiento morrón también picado, agregar los condimentos para que suelten bien los aromas y el sabor y luego incorporar el tomate al natural, el puré o el extracto de tomates, y un poco de caldo. Bajar el fuego y dejar cocinar hasta que se canse, controlando que no se evapore el líquido. Si esto pasa agregar caldo o agua. Cuando esté listo incorporar el ajo y perejil picados y apagar el fuego.

Armado del plato:
Esparcir un poco de tuco en el fondo de una fuente de servir, espolvorear queso rallado, volcar encima la mitad de los ravioles, repetir la operación de tuco y queso, poner el resto de los ravioles y bañar con tuco y queso. La carne o el pollo pueden servirse aparte.

Esta es la primera receta que voy a subir a Internet. Sin duda la elegí porque los ravioles de mi mamá (la mamina), eran una GLORIA! Cuando los comíamos y la felicitábamos, su comentario siempre era: - todo un día cocinando para comer en 10 minutos! Eran tan ricos que todavía tengo guardado su sabor, como el de tantas otras cosas que ya iré contando.
A modo de anécdota digo que los que quedaban del domingo al mediodía los guardaba en la despensa, en una puerta fiambrera. Ibamos al cine a la tarde, quedaba frente a casa. En el intervalo me cruzaba y le robaba algunos, fríos, como si fueran una golosina.  

LOS RAVIOLES DE LA MAMINA





Ingredientes:
Masa: 1 kg. De harina común.
  • 7 huevos u 8 (si tenés 8 le ponés 8 y si no le ponés 7, vos ve, así decía ella).
  • 1 chorro de aceite (también vos ve)
  • Sal
  • Agua
      Relleno:
  • 1 atado grande de acelga (lavadas una por una las hojas, se hierve y se pica finito).
  • 1 cebolla picada finito.
  • Perejil, abundante.
  • 1 Seso de vaca (se le saca la piel que lo recubre bajo el chorro de la canilla de agua fry luego se hierve, cuando está frío se pica finamente.
  • 5 huevos.
  • Sal, nuez moscada, pimienta.
  • Abundante queso rallado.
Preparación:
Masa: poner la harina en una fuente amplia, salar. Hacer un hueco en el medio y cascar allí los huevos, agregar un buen chorro de aceite, batir un poco desde el centro hacia los bordes, para ir tomando la masa. Una vez formado el bollo, amasar hasta que quede liso y dejar descansar un rato, cubierto por un paño limpio. Se estirará la masa lo más fina posible al momento de armar los ravioles, repartiéndola en cuatro o cinco porciones.
Relleno: colocar un chorro de aceite en una sartén profunda y rehogar allí la cebolla picada, hasta que esté transparente. Se agrega la acelga picada y se continúa rehogando un poco más. Agregar el seso (si no se consigue seso se puede reemplazar por pollo picadito o simplemente por 2 latas de picadillo de carne). Se condimenta con la sal, pimienta y nuez moscada, y una vez todo rehogado se retira del fuego, se agregan los huevos de a 1 mezclando entre uno y otro y finalmente el queso rallado. Se rectifica la sal si es necesario. Se deja enfriar antes de armar los ravioles.
Armado: Dividir en 4 o 5 porciones el bollo de masa y estirar cada una lo más fina posible, sin que se rompa. Dividir por la mitad, marcándola y esparcir sobre una de estas mitades el relleno, en forma pareja. Colocar por encima la otra mitad y marcar los ravioles con una tablita o con un palo de marcar ravioles. Cortar con la ruedita o si no la tenés, con un cuchillo. Yo no pongo nada en las uniones porque si el relleno tiene suficientes huevos no se desarman.
Colocar los ravioles sobre un mantel enharinado y dejar orear. Pasado un tiempo, cuando se ve que la parte superior está sequita, darlos vuelta de a uno para que se oreen del otro lado. Pueden prepararse de un día para otro si no hace mucho calor, y una vez oreados cubrirlos con otro mantel para que no se sequen.
Cocción: Poner a hervir abundante agua con sal en una olla, una vez que rompe el hervor ir agregando los ravioles, moverlos suavemente con una espumadera, desde el fondo, para que no se peguen. Una vez que suben a la superficie ya están, de todos modos es muy rico probar uno mojándolo en el tuco.
            

LA COCINA


LA COCINA (16/09/08)


Abrió la puerta de doble hoja y entró a la cocina. Estaba calentita porque era domingo y el cuidador le había dejado prendida la estufa antes de irse a cazar. Era un mimo que ella supo apreciar en esa mañana helada del mes de julio. Envuelta en la bata de pirineo bordó, miró por la ventana, sabiendo antes de hacerlo, que lo blanco de la helada le haría sentir más frío; pero era lindo mirar la helada, el cielo tenía una luminosidad especial, la escarcha en el charquito debajo de la canilla parecía de cristal. Se quedó un rato frente a la ventana mientras se terminaba de calentar el café en la cocina de leña que él también había dejado prendida para que ella no tomara frío.
Se dio tiempo para desayunar, disfrutó del perfume del café con leche, saboreando tranquila los pedacitos de galleta de campo con manteca y miel. La manteca la habían hecho los chicos el día anterior y ella había intervenido al momento del último batido, cuando el suero se separa indicando que ya está lista para ponerle el poquito de sal que la haría tan sabrosa e irresistible. La miel la habían hecho las abejas, no sabía cuando, pero qué rica estaba! Tan pura, que era difícil sacarla de la lata.
Cuando terminó, lavó lo que había ensuciado, sacó la tabla de estirar la masa, la fuente enlosada donde la tomaría, la canasta de los huevos (pensando una vez más que su marido la había hecho en la escuela primaria, trenzando el alambre y dándole esa forma redondeada que permitía poner allí dos docenas de huevos sin problema) y se puso a preparar los tallarines que comería al mediodía con sus hijos.
Como llamada por su pensamiento apareció la más chica, agarró un banco y lo acercó a la mesa para ver cómo amasaba. Ella ya había mezclado la harina con la sal, había hecho un hoyo en el medio donde cascó los 8 huevos, agregó el buen chorro de aceite y, bajo los atentos ojos de la más chiquita, empezó a amasar con fuerza, agregando el agua que hizo falta para lograr esa masa firme y lisa que dejó reposar mientras le calentaba le leche y le preparaba los pancitos que comería con ganas, chupándose los dedos para sacar las gotitas de miel que se escurrían sin que pudiera evitarlo.
Cuando la chiquita terminó con su leche, la masa ya había reposado y fue el momento de dividirla en trozos y empezar a estirar cada uno de ellos. No era tarea fácil ya que la masa de tallarines cuanto más dura más rica. El palote hizo lo suyo y las masas quedaron del grosor que ella quería. También en ese punto viene bien un reposo, y ella lo aprovechó para arreglar a la niña para que fuera a Misa. Le pùso la pollerita tableada de pied de Poul blanco y gris, la que tenía un cuerpito de tela de sábana que evitaba que se cayera, y que puesto sobre la camiseta aumentaba el abrigo y disminuía la picazón que producía la lana de cabra del pulóver que le había hecho con el regalo de la tía Cachito, la de color amarillo maíz. Las medias tres cuartos blancas, la bufanda y el moño del pelo del mismo color, completaban el atuendo y así de bonita iría  a la Misa. Sus hermanas ya estaban desayunando, mudas y malhumoradas como siempre cuando recién se levantaban, y el hermano llegó ya vestido, restregándose las manos por el frío, en el mismo gesto de su padre, los dos tan friolentos! Se había peinado a la gomina, el jopo bien armado.
Finalmente todos acabaron su desayuno, cada cual hizo su cama y los cuatro partieron a Misa, de dos en dos. Las mayores por su lado, con sus lindos tapados, sus zapatos altos y medias de seda. Una morocha y otra rubia, hasta en el color de pelo eran distintas esas dos hijas. El varón y la más chiquita por otro lado, él todavía con pantalón corto que, pese a ser de franela, dejaba a merced del frío la parte de pierna que iba desde la media tres cuartos hasta el borde del pantalón. Sobre la camisa blanca llevaba el pulóver azul  escote en V que le había terminado justo el día anterior, y encima de todo la chaqueta cazadora gris. Por supuesto que la camiseta de frisa ayudaba a todos a estar más calentitos sin que se notara debajo de la ropa. A la chiquita finalmente la convenció de ponerse el tapadito de pana que le había mandado la tía Lita porque a Inés y le quedaba chico. Le quedaba hermoso! El color azul marino contrastaba con su carita rosada y sus rulos castaños. Al acompañarlos a la puerta, y mirándolos irse, se quedó pensando en lo lindo que era tenerlos. Tener esa familia que era la realización de sus sueños.
Pensando todavía en eso, volvió a entrar a la cocina. Comenzó a cortar los tallarines con la cuchilla que antes pasó por la chaira para ajustarle el filo. Una vez cortados los sacudió entre sus dedos para despegarlos y los fue poniendo sobre la mesa del comedorcito hasta el momento en que el agua de la olla hirviera y ella los pusiera a cocinar.
Volvió a la mesa de mármol, retiró la tabla, limpió todo y se dedicó al tuco. Ese tuco que tendría que defender a capa y espada cuando los chicos volvieran y empezaran el ir y venir desde la bolsa del pan colgada en la despensa, a la olla. Siempre tenía que enojarse para que pararan de “probar”, igual que con las papas fritas.
Picó la cebolla, el ají, ralló la zanahoria, abrió la lata de tomates y la de extracto de tomates, que le daría más color y cuerpo al tuquito y fue poniendo los ingredientes en la olla en la que ya se había dorado la aguja, esa crne que le gustaba usar en ese caso porque si bien era dura, era muy sabrosa, y como herviría mucho tiempo, cuando fuera a la mesa se desarmaría en las bocas. A poco de terminar de agregar las cosas y los condimentos necesarios: la hoja de laurel, el orégano, el ajo y el perejil, la pimienta, la sal, agregándole un buen cucharón de caldo del día anterior, empezó a sentir que el olorcito llenaba la cocina y entonces sí, decidió vestirse.
Como allí estaba calentito y el resto de la casa no, trajo la ropa y comenzó  a ponerse las medias, la pollera de franela gris y el conjunto tejido verde oscuro. No usaba camiseta pero sí combinación y, según ella, esa telita transparente y suave era suficiente para calentarla un poco. Nunca fue friolenta y le gustaba el invierno. No conocía los sabañones en su cuerpo pero sí en los de los suyos. Pensó en las piernas de Mabel, las manos de Cristina, las orejas de Miguel y de su marido y se estremeció por el dolor que le contaban que sentían. Había probado todos los remedios, los caseros y los de laboratorio, nada daba resultado, solo producían alivio. La más chiquita no tenía, por lo menos hasta ahora.
Dejó de pensar en eso y volvió a la olla, moviendo la cuchara de madera, a la cual le pasó después la lengua para ver si faltaba sal. Sí, le faltaba, pero esperaría más para corregirla porque mientras se concentran los sabores, se incrementan.
Decidió pintarse los labios y ponerse perfume, al fin y al cabo era domingo, y como decía la abuela Joaquina:-hay que distinguir el domingo!
El domingo es el día del Señor y como tal, todo debía ser especial; la ropa, la comida, las actividades. Ella había adoptado eso y sentía placer en ponerlo en práctica.
Volvió a revolver el tuco y se sentó en la silla más cercana a la cocina, donde siempre lo hacía, a fumarse un cigarrillo.
Miró el lugar y una sonrisa apareció en su boca. No había allí nada que no fuera utilizado en algún momento del día.
Sin embargo, esa era su sala del trono. Ahí era la reina.
Esa era su sala de meditación, su laboratorio de alquimia, el lugar donde se producían las ofrendas y también se las recibía. Allí escuchaba a sus hijos, a su marido y sus amigos y allí también ella contaba sus cosas.
Pensando en todo eso, continuó imaginando su domingo: volverían los chicos de la Misa, probablemente con Cachito y las chicas, Mónica y Marcela. Charlarían un rato de las cosas que pasaron en la semana y después las acompañaría como siempre hasta la esquina, donde acordarían juntarse a tomar el té, si Elvira lograba que “el gallego” la trajera cuando vinieran las chicas al cine de la tarde.
Despidiéndose de Cachito y las chicas, volverían a la casa y mientras los chicos ponían la mesa en el comedorcito, ella rallaría el queso, pondría los tallarines en el agua con sal hirviendo y, en el tiempo que tardaran en cocinarse, pondría un poco de tuco en la fuente de vidrio, encima un poco de queso, luego los tallarines, más tuco, más queso y humeando, a la mesa, a disfrutarlos con sus muchachos!
Después vendría la siesta, el té con las cuñadas contándose sus cosas, hablando de los chicos, los maridos, los chismes del pueblo, tejidos, recetas, y la vuelta a casa para el regreso del cazador. Despanzar las perdices entre cuentos del día, colgarlas en las perdiceras de los ganchos de la pared de la despensa para orearlas. Al otro día se regalarían algunas y se prepararían otras. Ya pensaría cómo hacerlas: en escabeche, con leche, con repollo y panceta, con polenta, ya vería, dependía de cuántas fueran y si eran chicas, coloradas o copetonas.
Para cuando terminaran ya se escucharía cerrar la cancel y los comentarios de las películas llegarían desde el living,  a la cocina.
De nuevo pondrían la mesa, se sacaría un poco de escabeche de perdices del frasco, para completar si los tallarines recalentados no eran muchos y se quedaban las chicas de Elvira, y así, de esa manera, en familia y comiendo, terminaría el domingo, el día del Señor, el día de la semana que cada uno de ellos distinguía a su manera y ofrecía. El de ella se había desarrollado en gran parte en la cocina, ese lugar que a todos les gustaba y que ella convertía en un nido calentito y protector.

lunes, 6 de mayo de 2013

inicio de la cocina








EL CUIDADOR



El charco debajo de la canilla del patio estaba escarchado, como todos los últimos días. Qué invierno frío!

Cuando los perros escucharon caer el agua en el balde se enloquecieron, ladraban, lloraban y daban vueltas en redondo en la perrera. Era domingo y faltaba poco para que el cuidador abriera la puerta y los dejara salir a retozar por el jardín mientras él tomaba mate, alimentaba las gallinas y preparaba las cosas para que los tres fueran a disfrutar el día más lindo de la semana: el domingo de caza!

Para salir faltaban como dos horas, ellos correrían por todo el jardín hasta el momento de subir al auto y partir al campo a cumplir con el trabajo que les imponía la raza pointer: marcar las piezas, hacerlas volar y cuando él las bajaba, traerlas y entregarlas en su mano, que después de ponerlas en la perdicera, les haría caricias de reconocimiento en la cabeza y recorrería sus largas orejas tocando los perdigones que él mismo había puesto allí con algún tiro apresurado.

El campo era la gloria en esos días tan fríos. Los cascotes de tierra negra tenían como una nieve blanca bordeándolos y se rompían con un ruido seco bajo las botas de cordones pasados por miles de trabas, que la noche anterior había lustrado con el esmero de siempre, y que gracias a eso, lo acompañaron durante toda su vida de cazador. Era muy friolento y salía cubierto de abrigo, guantes, bufanda y la infaltable boina cubriendo su pelada.

Llegarían al campo con el sol apenas despuntando y el frío en su momento más poderoso, pero al rato, la caminata haría que entraran en calor, y entre las pajas bravas que ofrecían nido a las perdices, vivirían su fiesta.

Cazarían hasta el mediodía, pararían para comer algo: chorizos secos con galleta era lo habitual, los perros habían comido un poco a la mañana y los dejaría darse una panzada a la tarde. Además, la excitación les quitaba el hambre y era mejor estar livianos para correr. Era un placer verlos en acción. Cuando marcaban una perdiz, levantaban una mano, señalaban el lugar donde estaba, con el hocico, y se quedaban quietos como si fueran de piedra, hasta que él con el silbato les ordenaba hacerla volar, para dispararle al vuelo. Decía que en vuelo tenían oportunidad de salvarse.

Después de comer, tomar el té de El Hogar, y despanzar las piezas de la mañana, seguirían cazando toda la tarde mientras los acompañara el sol. Cuando empezara a atardecer volverían los tres al auto, con las perdiceras llenas de animales muertos, colgando del cogote. Si habían tenido un buen día podían llevar a casa 3 o 4 llenas.

El cansancio era enorme. Estaban llenos de abrojos y raspados por los alambres de púas que habían tenido que pasar una y otra vez yendo de un cuadro a otro.

Al volver, paraban en el puesto a agradecer y dejar los caramelos para la señora y los chicos, que siempre los atendían tan bien. Llegando a la casa, sus propios chicos le ayudarían a bajar las cosas, que él acomodaría con paciencia para que estuvieran listas el siguiente domingo.

Antes de eso alimentaría a los perros, los atendería y les agradecería su labor y su compañía. Después del baño llegaría la hora de limpiar las escopetas, una y otra vez hasta que no quedara un rastro de pólvora en los caños, las aceitaría y las guardaría como siempre bajo llave, hasta la siguiente cacería.

Mientras tanto la patrona, la compañera de su vida, la hermosa mujer que el eligió, se ocuparía con los chicos, de acondicionar las perdices en la despensa para que se orearan y después, en la semana, se prepararía con ellas un escabeche como el que comerían ahora en la mesa del comedorcito, mesa de domingo a la noche, rodeada de familia. Las perdices se desarmaban en la boca, junto con las zanahorias y las cebollas, y algún grano de pimienta haría pensar que una munición se había colado, y a veces, una munición, haría pensar que era un grano de pimienta.

Rendido de cansancio, el cuidador daba gracias a Dios por su vida, antes de cerrar sus ojos en la cama caliente. Ese día le daba fuerzas para arremeterle a la semana que venía.

miércoles, 24 de abril de 2013


LA MUJER


            Ese día estuvo hablando con la gallega. Como quien no quiere la cosa logró, una vez más, que le contara parte de la historia que prefería: su venida a la Argentina. Digo parte porque en realidad no era solo el viaje en barco lo que la fascinaba sino todo lo que había habido antes (su vida en España) y todo lo que vino después (hasta el día de hoy o hace no mucho tiempo atrás). Bueno, lo cierto es que la gallega, con voz tomada, le contó por milésima vez cómo escuchó al llegar al puerto de Bs. As. a  una madre decirles a sus dos hijos:- Yo sé que vienen cargados de ilusiones, pero quizás más de una vez debamos dormir en un banco de plaza. Esa mujer venía sola con sus críos, la gallega le llevaba gran ventaja: venía con sus dos padres y ya tenían conocidos acá. Nunca supo más de esa señora ni de sus hijos, pero ella creía que esas palabras marcaron de tal forma a su amiga que se propuso hacer lo necesario para que ni ella, ni ninguno de los suyos pudiera alguna vez pensar siquiera en dormir en un banco de plaza.
            La historia por supuesto sigue, pero no viene al caso y tampoco ese día se prolongó en más que eso, pero fue lo suficiente para que esa noche soñara que estaba con la gallega en el jardín de la casa de su prima, en su pueblo. Creo que se están mezclando un poco los “ella” por la gallega y por quien tuvo el sueño, por eso le voy a dar un nombre a esta última: “oscuridad”. No conozco a nadie que se llame así pero tengo a mi gata al lado que sí se llama así y también, de alguna forma y de alguna manera como decía algún tonto, viene a cuento.
            Retomando el sueño estaban la gallega y oscuridad en el jardín de la casa de su prima, en su pueblo amado (del cual tuvo siempre mucha añoranza), cuando se aparece un perro y le muerde a oscuridad el brazo derecho. Ella llevaba puesto el saco de llama herencia de la “mamina” (su madre). El perro la mordió y la soltó pero volvía a atacarla una y otra vez y ella siempre le ponía el brazo derecho, no se sabe bien si para defenderse o para que él la atacara allí y no en otro lado. Después de varias embestidas, en las cuales se repetía el hecho de que el perro atacaba, ella le ponía el brazo y la gallega miraba todo como esperando algo, esta última, mientras el perro seguía prendido del brazo de su amiga, lo agarró del cogote y se lo sacó de encima (vale decir que el perro era bastante grande y la gallega chiquita y flaca). Entonces, y solo entonces, oscuridad logró reaccionar y levantarse la manga del saco para ver si estaba lastimada; no, no tenía nada.
            Cuando volvió a mirar a su alrededor vio a la gallega tan impávida como había estado antes, el perro no estaba pero había un nuevo personaje en escena. Una extraña mujer, ni joven ni vieja, ni linda ni fea, bastante desarrapada y que se iba como huyendo, con la cabeza medio gacha y mirando de una extraña forma que no sabría decirse si era de miedo o de odio.
            Oscuridad despertó entonces con una extraña sensación. Sentía que ese sueño casi le venía a contar que el último personaje tenía demasiado que ver con ella. O bien esa mujer era la que había sido toda su vida o bien era la que había llegado a convertirse a lo largo de la vida misma. De todos modos nada en la mujer que se iba le gustó, ni su aspecto ni su actitud y como lo único que tenía como seguro era que tenía mucho que ver con quien era ahora, una vez que el sol salió, que se levantó, tomó sus mates, dio de comer a sus gatos, se vistió, dio gracias a Dios por el nuevo día y salió para el trabajo tal como lo hacía todos los días, pensó que iba a luchar con todas sus fuerzas por lograr que esa mujer: fuera la de siempre, o la de hacía un tiempo, no la atacara más.