miércoles, 24 de abril de 2013


LA MUJER


            Ese día estuvo hablando con la gallega. Como quien no quiere la cosa logró, una vez más, que le contara parte de la historia que prefería: su venida a la Argentina. Digo parte porque en realidad no era solo el viaje en barco lo que la fascinaba sino todo lo que había habido antes (su vida en España) y todo lo que vino después (hasta el día de hoy o hace no mucho tiempo atrás). Bueno, lo cierto es que la gallega, con voz tomada, le contó por milésima vez cómo escuchó al llegar al puerto de Bs. As. a  una madre decirles a sus dos hijos:- Yo sé que vienen cargados de ilusiones, pero quizás más de una vez debamos dormir en un banco de plaza. Esa mujer venía sola con sus críos, la gallega le llevaba gran ventaja: venía con sus dos padres y ya tenían conocidos acá. Nunca supo más de esa señora ni de sus hijos, pero ella creía que esas palabras marcaron de tal forma a su amiga que se propuso hacer lo necesario para que ni ella, ni ninguno de los suyos pudiera alguna vez pensar siquiera en dormir en un banco de plaza.
            La historia por supuesto sigue, pero no viene al caso y tampoco ese día se prolongó en más que eso, pero fue lo suficiente para que esa noche soñara que estaba con la gallega en el jardín de la casa de su prima, en su pueblo. Creo que se están mezclando un poco los “ella” por la gallega y por quien tuvo el sueño, por eso le voy a dar un nombre a esta última: “oscuridad”. No conozco a nadie que se llame así pero tengo a mi gata al lado que sí se llama así y también, de alguna forma y de alguna manera como decía algún tonto, viene a cuento.
            Retomando el sueño estaban la gallega y oscuridad en el jardín de la casa de su prima, en su pueblo amado (del cual tuvo siempre mucha añoranza), cuando se aparece un perro y le muerde a oscuridad el brazo derecho. Ella llevaba puesto el saco de llama herencia de la “mamina” (su madre). El perro la mordió y la soltó pero volvía a atacarla una y otra vez y ella siempre le ponía el brazo derecho, no se sabe bien si para defenderse o para que él la atacara allí y no en otro lado. Después de varias embestidas, en las cuales se repetía el hecho de que el perro atacaba, ella le ponía el brazo y la gallega miraba todo como esperando algo, esta última, mientras el perro seguía prendido del brazo de su amiga, lo agarró del cogote y se lo sacó de encima (vale decir que el perro era bastante grande y la gallega chiquita y flaca). Entonces, y solo entonces, oscuridad logró reaccionar y levantarse la manga del saco para ver si estaba lastimada; no, no tenía nada.
            Cuando volvió a mirar a su alrededor vio a la gallega tan impávida como había estado antes, el perro no estaba pero había un nuevo personaje en escena. Una extraña mujer, ni joven ni vieja, ni linda ni fea, bastante desarrapada y que se iba como huyendo, con la cabeza medio gacha y mirando de una extraña forma que no sabría decirse si era de miedo o de odio.
            Oscuridad despertó entonces con una extraña sensación. Sentía que ese sueño casi le venía a contar que el último personaje tenía demasiado que ver con ella. O bien esa mujer era la que había sido toda su vida o bien era la que había llegado a convertirse a lo largo de la vida misma. De todos modos nada en la mujer que se iba le gustó, ni su aspecto ni su actitud y como lo único que tenía como seguro era que tenía mucho que ver con quien era ahora, una vez que el sol salió, que se levantó, tomó sus mates, dio de comer a sus gatos, se vistió, dio gracias a Dios por el nuevo día y salió para el trabajo tal como lo hacía todos los días, pensó que iba a luchar con todas sus fuerzas por lograr que esa mujer: fuera la de siempre, o la de hacía un tiempo, no la atacara más.