con hijos en casa, las margaritas iluminan la alegría
sábado, 27 de abril de 2013
miércoles, 24 de abril de 2013
Ese
día estuvo hablando con la gallega. Como quien no quiere la cosa logró, una vez
más, que le contara parte de la historia que prefería: su venida a la Argentina. Digo
parte porque en realidad no era solo el viaje en barco lo que la fascinaba sino
todo lo que había habido antes (su vida en España) y todo lo que vino después
(hasta el día de hoy o hace no mucho tiempo atrás). Bueno, lo cierto es que la
gallega, con voz tomada, le contó por milésima vez cómo escuchó al llegar al
puerto de Bs. As. a una madre decirles a
sus dos hijos:- Yo sé que vienen cargados de ilusiones, pero quizás más de una
vez debamos dormir en un banco de plaza. Esa mujer venía sola con sus críos, la
gallega le llevaba gran ventaja: venía con sus dos padres y ya tenían conocidos
acá. Nunca supo más de esa señora ni de sus hijos, pero ella creía que esas
palabras marcaron de tal forma a su amiga que se propuso hacer lo necesario
para que ni ella, ni ninguno de los suyos pudiera alguna vez pensar siquiera en
dormir en un banco de plaza.
La
historia por supuesto sigue, pero no viene al caso y tampoco ese día se
prolongó en más que eso, pero fue lo suficiente para que esa noche soñara que
estaba con la gallega en el jardín de la casa de su prima, en su pueblo. Creo
que se están mezclando un poco los “ella” por la gallega y por quien tuvo el
sueño, por eso le voy a dar un nombre a esta última: “oscuridad”. No conozco a
nadie que se llame así pero tengo a mi gata al lado que sí se llama así y
también, de alguna forma y de alguna manera como decía algún tonto, viene a
cuento.
Retomando
el sueño estaban la gallega y oscuridad en el jardín de la casa de su prima, en
su pueblo amado (del cual tuvo siempre mucha añoranza), cuando se aparece un
perro y le muerde a oscuridad el brazo derecho. Ella llevaba puesto el saco de
llama herencia de la “mamina” (su madre). El perro la mordió y la soltó pero
volvía a atacarla una y otra vez y ella siempre le ponía el brazo derecho, no
se sabe bien si para defenderse o para que él la atacara allí y no en otro
lado. Después de varias embestidas, en las cuales se repetía el hecho de que el
perro atacaba, ella le ponía el brazo y la gallega miraba todo como esperando
algo, esta última, mientras el perro seguía prendido del brazo de su amiga, lo
agarró del cogote y se lo sacó de encima (vale decir que el perro era bastante
grande y la gallega chiquita y flaca). Entonces, y solo entonces, oscuridad
logró reaccionar y levantarse la manga del saco para ver si estaba lastimada;
no, no tenía nada.
Cuando
volvió a mirar a su alrededor vio a la gallega tan impávida como había estado
antes, el perro no estaba pero había un nuevo personaje en escena. Una extraña
mujer, ni joven ni vieja, ni linda ni fea, bastante desarrapada y que se iba
como huyendo, con la cabeza medio gacha y mirando de una extraña forma que no
sabría decirse si era de miedo o de odio.
Oscuridad
despertó entonces con una extraña sensación. Sentía que ese sueño casi le venía
a contar que el último personaje tenía demasiado que ver con ella. O bien esa
mujer era la que había sido toda su vida o bien era la que había llegado a
convertirse a lo largo de la vida misma. De todos modos nada en la mujer que se
iba le gustó, ni su aspecto ni su actitud y como lo único que tenía como seguro
era que tenía mucho que ver con quien era ahora, una vez que el sol salió, que
se levantó, tomó sus mates, dio de comer a sus gatos, se vistió, dio gracias a
Dios por el nuevo día y salió para el trabajo tal como lo hacía todos los días,
pensó que iba a luchar con todas sus fuerzas por lograr que esa mujer: fuera la
de siempre, o la de hacía un tiempo, no la atacara más.
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