La vi bajar del colectivo, frente a la plaza.
Cruzarla, entrar al Centro de Salud y al ratito salir con una señora de
chaqueta blanca. Volvieron a la plaza, se sentaron en el borde de un cantero y
comenzaron a charlar. Yo mientras tanto jugaba en la vereda de mi casa, pero
sin distraerme. En eso veo pasar una ambulancia y ellas se paran, la señora de
chaqueta blanca vuelve al Centro de Salud y ella se queda caminando por la
calle un rato hasta que se sienta en un tronco de algarrobo volcado, saca un
libro y se pone a leer.
Era el momento adecuado para acercarme y
comenzar la diversión. Pasé caminando despacio por delante de ella y no pudo
menos que decirme: - hola, cómo te va? Cómo te llamás?. Le contesté en esa
media lengua que les gusta tanto a los grandes y que me sale tan bien. Como
suponía le encantó porque se sonrió. Estoy seguro de que no entendió mi nombre,
a lo sumo me inventó uno en su cabeza con las sílabas que pudo escuchar. Me
alejé para el lado del kiosco, sentía que ella me miraba y eso me gustaba. Los
obreros que estaban allí me regalaron una golosina y teniéndola en la mano
volví hacia mi casa, pasando por delante del tronco donde estaba sentada
leyendo. Levantó la cabeza y me dijo: - qué rico!, te lo vas a comer ahora? Le
hice señas de que sí con la cabeza y le sonreí con esa carita de lindo que sé
que no pueden resistir. Mientras comía la golosina en la vereda de casa la
espiaba un poco. A veces leía, a veces me miraba, a veces miraba para el
Centro, a veces miraba la plaza, a veces miraba el cielo.
Llegó don Juan Domingo (ese que vive en el
cerro y por el nombre que lleva le dicen Perón). Venía en su hermoso caballo,
bastante ladeado por la macha que tenía y se acercó al kiosco, pasando por
delante de ella, que empezó a mirarlo. El hombre se encaprichó en hacer pasar
el caballo por la acequia sin desmontarse. El caballo que no. Así un buen rato,
él lo azuzaba con las riendas y lo animaba con la voz, pero nada, el caballo no
quería pasar la acequia y el don cada vez se ladeaba más. Los muchachos del
kiosco se reían y le decían que bajara pero él no quería saber nada, se había
emperrado en que su compañero le hiciera caso. Al final desistió y se bajó. Al
hacerlo, el caballo no tuvo problema en cruzar la acequia, lo que antes no
quería, y se dejó llevar hasta un algarrobo. Don Juan Domingo charló con los
changos, les contó que estaba hasta la “manteca” y que venía del cerro.
Yo la miraba a ella que sin duda debía estar
pensando:- si viene del cerro, dónde tomó hasta macharse? La muy tonta no sabe
que la gente del cerro toma alcohol puro y arriba no le hace nada pero a medida
que va bajando lo empieza a machar a uno. Ella solo lo miraba desde lejos y él
a ella ni siquiera la miró nunca.
Se acercó Tino, ese medio loquito que a veces
vive acá en el pueblo, frente a la plaza, y se hizo el de comprar algo en el
kiosco pero no compró nada, se notaba que quería divertirse con el pobre don
Juan Domingo. Le empezó a charlar, le preguntó de donde venía, qué iba a hacer,
si había tomado mucho y todas esas boludeces que pregunta la gente cuando en
realidad no le importa nada de lo que el otro pueda sentir o hacer, solo busca
entretenerse y si se divierte mejor. Bueno, lo cierto es que lo pudrió a don
Juan Domingo, que en un momento le dijo:- que preguntás tanto gordo panzón, qué
te importa de donde vengo, por qué no te vas a trabajar por una vez, vago!!? El
gordo metió violín en bolsa y cruzó la plaza caminando despacito, se le había
arruinado la diversión y tenía que volver a sentarse en el cordón de la vereda
de la Iglesia
y conformarse con ver qué hacía la policía y cuántos autos pasaban por la ruta.
Qué va a hacer gordo, así son las siestas acá.
A mí todavía me faltaba la diversión y para eso
la tenía a ella. Ví que en un momento se paró y cruzó a la plaza, justo después
de que don Juan Domingo volvió a subir a su caballo por un lado y cayó por el
otro, quedando tirado en la tierra, donde apoyó su cara en una mano y desde
allí charlaba con los changos del kiosco. Una risa el viejo!.
Como decía, ella cruzó a la plaza y ahí también
me fui yo, me le acerqué despacito con mi carita de lindo y ella vuelta a darme
charla con esas cosas que se le preguntan a un chico. Tenía cara de buena pero
yo conocía bien esas caras, parecían buenas pero no eran buenas, se hacían las
de hacer cosas buenas y no hacían nada bien y lo peor es que no se daban cuenta
de nada, vivían pensando que todo estaba bien gracias a lo que ellas hacían. A
esta yo le iba a enseñar.
Como de casualidad agarré un pocoto de paraíso
y lo empecé a tirar para arriba varias veces hasta que le pegué en la cabeza.
Se asustó y me dijo: - ay, me dolió! Con mi sonrisa linda le empecé a tirar
pocotitos al cuerpo, la tenía bien cerquita y casi todos le pegaron. Me
decía:-no, no hagas eso, duele! Y yo pensaba: -es lo que quiero, tarada! Al
ratito se fue al Centro, con cara de asustada y caminando rapidito, y yo me quedé solo en la plaza, riéndome de
ella.
Estuvo divertida la siesta en Tolombacha!